La Reserva recoge un proceso de exploración del artista Miler Lagos que re - sultó de haber recibido a manera de regalo un trozo del tronco de un árbol centenario que fue talado en el barrio Rosales de Bogotá. El muñón mues - tra el claro paso de la sierra en las cicatrices que lo surcan y a la vez lo llenan de texturas ajenas a las vetas naturales de la madera. El proceso empieza, entonces, gracias a un diálogo entre Lagos y los vestigios del árbol en el que se revelan los matices que resultaron de la interacción de la herramienta metálica y la madera cortada.
Al haber virado a una economía digital, perdimos la noción de que cada cien pesos estaban respaldados por un peso de oro, guardado celosamente en las reservas internacionales que custodia el Banco de Inglaterra. Ahora bien: cada día somos más conscientes de que la riqueza de los países ha dejado de medirse bajo los mismos parámetros de hace diez o veinte o treinta años y ahora los países más biodiversos empiezan a volverse más atractivos en una economía global que ya no puede ignorar los efectos del cambio climático. Desde esta óptica, las reservas naturales de las que gozamos se constituyen como las verdaderas reservas internacionales. Son reservas inamovibles, imposibles de delegar en su custodia a otro país. Son, no obstante, reservas frágiles y delicadas que dependen de sutiles balances entre especies, de pequeñas variaciones en las aguas y los vientos, del largo y lento paso del tiempo. Dependen, sobre todo, de nuestra contemplación, veneración y respeto.
Paula Silva
* Uniandino Espacio Alterno