Herida sin cuerpo
(...)
Caminar. Nada más que caminar hasta perderse en el bosque.
Hoy llegó a tu casa la vida, dolorosa y franca, pálida!, una constatación efectiva de la muerte. Te quedaste etrificado en un rincón, en el más anónimo, el más extraño; por inhabitado, por perdido, por oscuro. Pasó una hora y tú cayendo lentamente. Tu espalda dejó una huella opaca en la pared de mármol, una cascada improvisada de sollozos salió de tu boca, de tus ojos, mientras tú caías. Brotaba la cascada como una bandada de pájaros de vidrio, después corriste como un niño, asustado y suelto de la mano de tu madre, que no aparece en el airde, ni aparece su abrigo, ni la abertura de su falda, ni aparecen sus ojos lindos, ni aparece su boca, ni aparese. [...]